Mentir causa estrés emocional en las personas, sin embargo, los psicólogos dicen que estamos genéticamente preparados para engañar. Los estudios demuestran que hay claros beneficios biológicos para la deshonestidad, escribe Alice-Azania Jarvis.
¿Cómo sabemos que alguien nos miente? ¿Qué tenemos que buscar exactamente?
Este artículo comienza describiendo algunas de las formas populares que se suelen atribuir a la mentira, como que te crezca la nariz como a Pinocho, no poder mantener la mirada de la otra persona y desviarla cuando mentimos, o que las gráficas del polígrafo indiquen que estamos mintiendo. Sin embargo, la realidad es que cualquier método que empleemos para detectar una mentira tiene el mismo éxito que el azar o tirar una moneda al aire.
Incluso empleando la tecnología más avanzada en la detección de mentiras la identificación de mentiras específicas puede resultar imposible. La pasada década ha sido testigo de innovaciones en la detección de mentiras. Los electroencefalogramas monitorizan la actividad eléctrica del cerebro. Los registros de imagen termal de la temperatura del ojo (se ha sugerido que los ojos de las personas se calientan cuando mienten). Otros dispositivos miden el flujo de sangre al cerebro. Pero la ciencia todavía no puede ofrecer un método que aísle la actividad cerebral implicada en el engaño. Los humanos estamos bastante indefensos cuando nos enfrentamos a la distinción entre la verdad y la ficción.
“Esto explica el por qué las personas tenemos tanto éxito cuando mentimos”, dice Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts. “Algunas personas son buenas mintiendo y otras son malas, pero todas emplean diferentes señales. Si no les conocemos desde hace tiempo nos resultará difícil decir si están mintiendo.” Este investigador asegura que mentimos una buena parte del tiempo. Para explicar esto presenta una serie de principios psicológicos, siendo el más importante de estos el denominado “Ventaja del Mentiroso”, una táctica para ir por delante que es posible, tanto por la dificultad para detectar mentiras como por nuestra propia candidez.
“No esperamos que nos mientan”, dice el profesor Feldman, “y, con frecuencia, las personas nos dicen lo que queremos oír: que estamos haciendo un buen trabajo, o que hemos tenido éxito. El mentiroso quiere mentir con éxito y quiere que le creamos, y lo hacemos. No ponemos obstáculos.”
Los ejemplos de engaño examinados en una rango de mentiras van de lo trivial (asegurar que se conoce una ciudad para seguir una conversación) hasta lo extraordinario (asegurar que se dispone una cantidad ingente de dinero, títulos de nobleza, etc.). Las mentiras las podemos encontrar repartidas en todos los aspectos de nuestra vida, desde la relación que mantenemos con nosotros mismos, las relaciones con los demás, en el lugar del trabajo, los medios de comunicación y la política.
Feldman comenta que mentir es una habilidad básica que aprendemos pronto en nuestra infancia. Los estudios que se han realizado al respecto reflejan que los niños de tres años ya utilizan la mentira. “Cuando tienen tres años no mienten muy bien, pero ya lo emplean como una táctica social. A los cinco o seis años ya son muy buenos.”
No sólo aprendemos pronto a mentir y a afinar esta habilidad a lo largo del tiempo, sino que también la empleamos como una forma de alcanzar el éxito: social, profesional, sexual… Desde luego, en este sentido, mentir se ha convertido en una importante táctica evolutiva que encontramos con frecuencia en el mundo que nos rodea. “Si puedes engañar a un miembro de otra especie para que no te coja o no te coma, entonces esto te da una ventaja”, comenta Feldman. Destaca el caso de las arañas Portia, cuyas técnicas de engaño no son sólo instintivas, sino altamente sofisticadas.
Las Portias son excepcionales por dos razones: su gusto por otras serpientes y su excelente visión, una ventaja de la que parece que no se dan mucha cuenta. Cuando cazan a sus compañeros arácnidos, se embarcan en un complicado juego de faroles. Para acercarse de forma que no sean detectadas, esperan hasta que algo haga vibrar la tela (una brisa, por ejemplo). También son capaces de imitar las vibraciones de otras especies. De esta manera, engañan a su comida para que se acerque a ellas haciéndolas creer que han encontrado una compañera. Son las técnicas de supervivencia de un mentiroso.
Formando el engaño una parte significativa del mundo natural, no es extraño que recurramos a él casi sin pensarlo. ¿Quién no diría que mentir es algo innato en la naturaleza humana?
En este punto Feldman muestra sus dudas, no creyendo que mintamos de forma instintiva. Incluso cuando desarrollamos habilidades para el engaño no disminuyen los estímulos. Buena parte de nuestro entorno está condicionado por falsedades. “En los anuncios publicitarios se acepta que no todo lo que se dice es completamente verdadero”, señala Feldman. “Todos hablamos de la integridad y su importancia, pero muchas decisiones de negocios se basan en el engaño. Ya hemos visto cómo a veces si inflan balances para generar un clima apropiado para el negocio.”
A pesar de todo esto, parece que no somos concientes de la cantidad de falsedades que nos rodean – incluso cuando nacen de nuestra propia boca. Una buena parte de los estudios de Feldman están basados en filmaciones secretas realizadas a los voluntarios de los estudios mientras se encontraban en interacción con otras personas. “Posteriormente, las personas se sorprendían al descubrir que no habían sido del todo honestos con los demás. Les pregunté si habían sido sinceros y contestaron que sí, pero cuando después vieron las filmaciones encontraron bastantes tipos de engaño.”
La ironía del método empleado para el estudio es que también parte de la falta de honestidad. A los voluntarios no se les dice que hay una cámara escondida ni se les habla de la naturaleza de la investigación para que no se pongan en guardia. De esta forma, Feldman miente a sus “cobayas” para pillarlos mintiendo.
Feldman forma parte de una creciente corriente de opinión que está en contra de nuestra cultura de deshonestidad; no sólo de la deshonestidad deliberada de estafadores y criminales, sino también de las mentiras “piadosas” diarias que nos facilitan la relación social.
El New Satatesman traía recientemente un artículo de la psicóloga australiana Dorothy Rowe que avisaba sobre la “red de consecuencias imprevistas” que nos creamos. No es sólo un punto de vista moral o filosófico: la evidencia científica respalda los puntos de vista de estos investigadores. Feldman cita algunos estudios que identifican la existencia de una “punzada de angustia” psicológica que sufren quienes dicen mentiras. “Al final, ello convierte nuestras relaciones en algo menos real. Se ha encontrado que las personas suelen arrepentirse de engañar a otros, incluso cuando piensan que lo están haciendo por un bien.”
El cómo podemos alcanzar una sociedad más honesta es algo que todavía no está muy claro. La tarea de conseguir una sociedad radicalmente honesta puede ser una tarea inalcanzable.
La próxima investigación de Feldman se centrará en nuestra conducta e Internet. Investigaciones previas sugieren que nuestra existencia online sólo aumenta nuestra falta de honestidad. Cualquiera que haya pasado tiempo puliendo su perfil en Facebook o que haya asumido un alias para comentar artículos del periódico online, podrá hablarnos sobre esto.
Este artículo comienza describiendo algunas de las formas populares que se suelen atribuir a la mentira, como que te crezca la nariz como a Pinocho, no poder mantener la mirada de la otra persona y desviarla cuando mentimos, o que las gráficas del polígrafo indiquen que estamos mintiendo. Sin embargo, la realidad es que cualquier método que empleemos para detectar una mentira tiene el mismo éxito que el azar o tirar una moneda al aire.
Incluso empleando la tecnología más avanzada en la detección de mentiras la identificación de mentiras específicas puede resultar imposible. La pasada década ha sido testigo de innovaciones en la detección de mentiras. Los electroencefalogramas monitorizan la actividad eléctrica del cerebro. Los registros de imagen termal de la temperatura del ojo (se ha sugerido que los ojos de las personas se calientan cuando mienten). Otros dispositivos miden el flujo de sangre al cerebro. Pero la ciencia todavía no puede ofrecer un método que aísle la actividad cerebral implicada en el engaño. Los humanos estamos bastante indefensos cuando nos enfrentamos a la distinción entre la verdad y la ficción.
“Esto explica el por qué las personas tenemos tanto éxito cuando mentimos”, dice Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts. “Algunas personas son buenas mintiendo y otras son malas, pero todas emplean diferentes señales. Si no les conocemos desde hace tiempo nos resultará difícil decir si están mintiendo.” Este investigador asegura que mentimos una buena parte del tiempo. Para explicar esto presenta una serie de principios psicológicos, siendo el más importante de estos el denominado “Ventaja del Mentiroso”, una táctica para ir por delante que es posible, tanto por la dificultad para detectar mentiras como por nuestra propia candidez.
“No esperamos que nos mientan”, dice el profesor Feldman, “y, con frecuencia, las personas nos dicen lo que queremos oír: que estamos haciendo un buen trabajo, o que hemos tenido éxito. El mentiroso quiere mentir con éxito y quiere que le creamos, y lo hacemos. No ponemos obstáculos.”
Los ejemplos de engaño examinados en una rango de mentiras van de lo trivial (asegurar que se conoce una ciudad para seguir una conversación) hasta lo extraordinario (asegurar que se dispone una cantidad ingente de dinero, títulos de nobleza, etc.). Las mentiras las podemos encontrar repartidas en todos los aspectos de nuestra vida, desde la relación que mantenemos con nosotros mismos, las relaciones con los demás, en el lugar del trabajo, los medios de comunicación y la política.
Feldman comenta que mentir es una habilidad básica que aprendemos pronto en nuestra infancia. Los estudios que se han realizado al respecto reflejan que los niños de tres años ya utilizan la mentira. “Cuando tienen tres años no mienten muy bien, pero ya lo emplean como una táctica social. A los cinco o seis años ya son muy buenos.”
No sólo aprendemos pronto a mentir y a afinar esta habilidad a lo largo del tiempo, sino que también la empleamos como una forma de alcanzar el éxito: social, profesional, sexual… Desde luego, en este sentido, mentir se ha convertido en una importante táctica evolutiva que encontramos con frecuencia en el mundo que nos rodea. “Si puedes engañar a un miembro de otra especie para que no te coja o no te coma, entonces esto te da una ventaja”, comenta Feldman. Destaca el caso de las arañas Portia, cuyas técnicas de engaño no son sólo instintivas, sino altamente sofisticadas.
Las Portias son excepcionales por dos razones: su gusto por otras serpientes y su excelente visión, una ventaja de la que parece que no se dan mucha cuenta. Cuando cazan a sus compañeros arácnidos, se embarcan en un complicado juego de faroles. Para acercarse de forma que no sean detectadas, esperan hasta que algo haga vibrar la tela (una brisa, por ejemplo). También son capaces de imitar las vibraciones de otras especies. De esta manera, engañan a su comida para que se acerque a ellas haciéndolas creer que han encontrado una compañera. Son las técnicas de supervivencia de un mentiroso.
Formando el engaño una parte significativa del mundo natural, no es extraño que recurramos a él casi sin pensarlo. ¿Quién no diría que mentir es algo innato en la naturaleza humana?
En este punto Feldman muestra sus dudas, no creyendo que mintamos de forma instintiva. Incluso cuando desarrollamos habilidades para el engaño no disminuyen los estímulos. Buena parte de nuestro entorno está condicionado por falsedades. “En los anuncios publicitarios se acepta que no todo lo que se dice es completamente verdadero”, señala Feldman. “Todos hablamos de la integridad y su importancia, pero muchas decisiones de negocios se basan en el engaño. Ya hemos visto cómo a veces si inflan balances para generar un clima apropiado para el negocio.”
A pesar de todo esto, parece que no somos concientes de la cantidad de falsedades que nos rodean – incluso cuando nacen de nuestra propia boca. Una buena parte de los estudios de Feldman están basados en filmaciones secretas realizadas a los voluntarios de los estudios mientras se encontraban en interacción con otras personas. “Posteriormente, las personas se sorprendían al descubrir que no habían sido del todo honestos con los demás. Les pregunté si habían sido sinceros y contestaron que sí, pero cuando después vieron las filmaciones encontraron bastantes tipos de engaño.”
La ironía del método empleado para el estudio es que también parte de la falta de honestidad. A los voluntarios no se les dice que hay una cámara escondida ni se les habla de la naturaleza de la investigación para que no se pongan en guardia. De esta forma, Feldman miente a sus “cobayas” para pillarlos mintiendo.
Feldman forma parte de una creciente corriente de opinión que está en contra de nuestra cultura de deshonestidad; no sólo de la deshonestidad deliberada de estafadores y criminales, sino también de las mentiras “piadosas” diarias que nos facilitan la relación social.
El New Satatesman traía recientemente un artículo de la psicóloga australiana Dorothy Rowe que avisaba sobre la “red de consecuencias imprevistas” que nos creamos. No es sólo un punto de vista moral o filosófico: la evidencia científica respalda los puntos de vista de estos investigadores. Feldman cita algunos estudios que identifican la existencia de una “punzada de angustia” psicológica que sufren quienes dicen mentiras. “Al final, ello convierte nuestras relaciones en algo menos real. Se ha encontrado que las personas suelen arrepentirse de engañar a otros, incluso cuando piensan que lo están haciendo por un bien.”
El cómo podemos alcanzar una sociedad más honesta es algo que todavía no está muy claro. La tarea de conseguir una sociedad radicalmente honesta puede ser una tarea inalcanzable.
La próxima investigación de Feldman se centrará en nuestra conducta e Internet. Investigaciones previas sugieren que nuestra existencia online sólo aumenta nuestra falta de honestidad. Cualquiera que haya pasado tiempo puliendo su perfil en Facebook o que haya asumido un alias para comentar artículos del periódico online, podrá hablarnos sobre esto.
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Os he traducido este artículo de: "The Science of Lying: Why the Truth Really Can Hurt". Diario The Independent
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