La evaluación psicológica para la tenencia y el empleo del arma reglamentaria siempre suele ser motivo de “mal rollo” entre los agentes. El objetivo de estas evaluaciones es tratar de predecir qué policías pueden experimentar dificultades serias en un futuro próximo en relación al empleo de su arma.
Afirmar, sin ningún género de dudas, que un agente de policía no va a tener problemas en el empleo de su arma es, a todas luces, imposible. Más difícil es, si cabe, realizar predicciones a largo plazo. En este tipo de materias resulta más realista hablar de posibilidades. Sabemos que hay determinados rasgos de personalidad que es más probable que puedan funcionar como detonantes de problemas en relación al arma que otros. Pero esto no es suficiente.
Los problemas psicológicos que presenta el examinado también modulan de forma importante la evaluación. Depresión, ansiedad, delirios paranoides, trastornos obsesivos… son alteraciones que pueden afectar gravemente la capacidad de juicio del agente cuando emplea su arma reglamentaria. Esto, por sí sólo, ya es suficiente para no dar el apto.
Los factores situacionales suelen pasarse a veces por alto, pero son algunos de los elementos que más debemos tener en cuenta en la evaluación. Estos factores nos hacen una fotografía instantánea de cuál es la situación personal, laboral y social del policía aquí y ahora. ¿Está atravesando por algún momento especialmente crítico de su vida (separación, muerte de un ser querido, problemas serios de trabajo…)?
El cómo se encuentra el agente aquí y ahora tiene su importancia, pues da cuenta de buena parte de los problemas que pueden aparecer en el empelo del arma reglamentaria. La gran mayoría de los agentes de policía tienen mucho respeto por el arma que llevan en el cinturón. Saben que el acto de desenfundar conlleva una enorme responsabilidad. En estas situaciones, la alerta está al máximo, minimizando la posibilidad de una mala praxis. Sin embargo, aquellas situaciones emocionales, internas y personales del agente, tienen la facultad de afectar poderosamente el estado de ánimo del policía, haciéndole bajar la guardia. Por eso, el mayor riesgo de una mala praxis en el empleo del arma no se dirige generalmente hacia el ciudadano anónimo, sino hacia el propio agente o su entorno relacional más próximo.
La evaluación psicológica para la tenencia y uso del arma es necesaria y debe realizarse cuidadosamente, pero – y salvo casos muy evidentes de problemas psicológicos serios, sólo proporcionan información y “predicción” limitada, a un momento dado y para un periodo de tiempo determinado. Algo que debería plantearse a medio-largo plazo es el trabajo de prevención que podrían realizar los propios policías entre sí. Entrenar al policía a identificar y actuar frente a situaciones que impliquen una posible situación de riesgo con el arma en un compañero, resultaría muy eficaz y se complementaría perfectamente con la evaluación psicológica.Este tipo de actuaciones ya se realizan de una manera informal, pero todos sabemos lo poco que gusta hablar de la vida de otro compañero o comunicar a los superiores lo que está ocurriendo por miedo al después. El agente debe saber cuándo la confidencialidad pasa a ser una lealtad mal entendida, poniendo al compañero con problemas en una situación de riesgo. Aquí hablamos de entrenar para proporcionar una ayuda legítima y confidencial – con límites perfectamente establecidos –por parte de quienes comparten el día a día del servicio.
Afirmar, sin ningún género de dudas, que un agente de policía no va a tener problemas en el empleo de su arma es, a todas luces, imposible. Más difícil es, si cabe, realizar predicciones a largo plazo. En este tipo de materias resulta más realista hablar de posibilidades. Sabemos que hay determinados rasgos de personalidad que es más probable que puedan funcionar como detonantes de problemas en relación al arma que otros. Pero esto no es suficiente.
Los problemas psicológicos que presenta el examinado también modulan de forma importante la evaluación. Depresión, ansiedad, delirios paranoides, trastornos obsesivos… son alteraciones que pueden afectar gravemente la capacidad de juicio del agente cuando emplea su arma reglamentaria. Esto, por sí sólo, ya es suficiente para no dar el apto.
Los factores situacionales suelen pasarse a veces por alto, pero son algunos de los elementos que más debemos tener en cuenta en la evaluación. Estos factores nos hacen una fotografía instantánea de cuál es la situación personal, laboral y social del policía aquí y ahora. ¿Está atravesando por algún momento especialmente crítico de su vida (separación, muerte de un ser querido, problemas serios de trabajo…)?
El cómo se encuentra el agente aquí y ahora tiene su importancia, pues da cuenta de buena parte de los problemas que pueden aparecer en el empelo del arma reglamentaria. La gran mayoría de los agentes de policía tienen mucho respeto por el arma que llevan en el cinturón. Saben que el acto de desenfundar conlleva una enorme responsabilidad. En estas situaciones, la alerta está al máximo, minimizando la posibilidad de una mala praxis. Sin embargo, aquellas situaciones emocionales, internas y personales del agente, tienen la facultad de afectar poderosamente el estado de ánimo del policía, haciéndole bajar la guardia. Por eso, el mayor riesgo de una mala praxis en el empleo del arma no se dirige generalmente hacia el ciudadano anónimo, sino hacia el propio agente o su entorno relacional más próximo.
La evaluación psicológica para la tenencia y uso del arma es necesaria y debe realizarse cuidadosamente, pero – y salvo casos muy evidentes de problemas psicológicos serios, sólo proporcionan información y “predicción” limitada, a un momento dado y para un periodo de tiempo determinado. Algo que debería plantearse a medio-largo plazo es el trabajo de prevención que podrían realizar los propios policías entre sí. Entrenar al policía a identificar y actuar frente a situaciones que impliquen una posible situación de riesgo con el arma en un compañero, resultaría muy eficaz y se complementaría perfectamente con la evaluación psicológica.Este tipo de actuaciones ya se realizan de una manera informal, pero todos sabemos lo poco que gusta hablar de la vida de otro compañero o comunicar a los superiores lo que está ocurriendo por miedo al después. El agente debe saber cuándo la confidencialidad pasa a ser una lealtad mal entendida, poniendo al compañero con problemas en una situación de riesgo. Aquí hablamos de entrenar para proporcionar una ayuda legítima y confidencial – con límites perfectamente establecidos –por parte de quienes comparten el día a día del servicio.
2 comentarios:
Hola Fernando interesante tus argumentos sobre la evaluacion al personal policial para obtener su herramienta de trabajo claro esta que no hay bateria exacta para que el servidor policial pueda estar inmune a los niveles de estres que le pueden generar conflictos en su trabajo
Apreciado Victor
Gracias por tu aportación. Ciertamente no hay bateria que prevenga al 100% la aparición de estrés como consecuencia de la actividad policial.
Sin embargo sí que disponemos de instrumentos de evaluación que afinan bastante bien algunos parmámetros relacionados. Claro que la prevención al completo es imposible.
Un fuerte abrazo
Fernando
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